Un niño
uruguayo de nueve años sube a una tabla de surf y no quiere bajar más. Uno de
los diseñadores de tablas más reconocidos del mundo tiene problemas para
importar materiales en Brasil. Cada uno corre su propia ola, hasta que el chico
quiere comprarle al grande y resulta parte de la solución. La historia termina
con una fábrica en Las Toscas que produce tablas de nivel mundial y exporta a
toda Sudamérica.
“Hacer las tablas que me
gustaría tener”. Así de sencillo explica Rodrigo Caballero lo que hacen en
Wetworks South America. Sin embargo, no es tan simple llegar a la nave sobre la
que está dispuesto a subir. De hecho, aunque afirma que “las cosas son más
simples de lo que nos quieren hacer creer”, hasta fines de 2011 era un gusto
que se daban pocos.
A partir de octubre de
ese año, la fábrica que dirige Rodrigo vende productos premium como los que se
pueden comprar en Hawái y otros pocos lugares más. Además, los surfistas
uruguayos tienen la posibilidad de entrevistarse de forma personal con cuatro
de los mejores shapers (moldeadores) del mundo. Estos tipos hacen que cada tabla
tenga los secretos hidrodinámicos necesarios para poder moverse como pez en el
agua.
Para que esto sea
posible, hubo que amar tanto este deporte hasta que fue incompatible con el
trabajo formal, hubo que quemar cada día libre estando en el agua y hubo que
tener la sangre del surfista, que habla en términos de rachas y dirección del viento,
de tamaño y periodos de las olas.
Casualidades de la vida
Las ganas de estar el
mayor tiempo posible cerca del surf fueron el motor de Rodrigo, que siempre pensaba
la forma de ganarle horas a la rutina para estar metido en este mundo. Ya antes
de tener diez años hacía surf durante el verano “con la tabla que cayera en mis
manos”, recuerda. A los 12 regalaron un traje de neopreno y se olvidó de la
temporada estival, porque podía meterse al agua en invierno. A partir de los
16, cada semana de vacaciones o licencia era una oportunidad para tirarse de
cabeza al océano.
Sin embargo, no
aguantaba la distancia. Se enteraba que había buenas olas y lo carcomía estar
trabajando como ayudante de su padre, que es despachante de aduana; lo mismo le
pasaba con sus trabajos como periodista. Rodrigo pensaba en otros términos.
A los 21 años coqueteó
con la idea de vivir cerca del surf y emprendió con la revista Mareas; pero
recién hace dos años, desde los 34, que logra estar vinculado full time a esta
pasión. “Ojalá el sueño siga vivo”, dice. Y para que eso se cumpla, maneja casi
100 kilómetros por día desde su casa hasta la fábrica, camina entre polvo de
poliuretano sin drama alguno y no sabe de marcar tarjetas, bajar las cortinas ni
olvidarse del laburo para siempre.
Además, estuvo en el
momento justo, en el lugar indicado. Hace 7 años contactó a Ricardo Martins, el
shaper más respetado y conocido de Brasil, y le dijo que quería entrevistarse
con él para encargarle sus tablas. “Ese proceso es muy meticuloso y genera una
relación personal entre el deportista y su diseñador. La charla permite que el
creador mida al atleta, lo consulte acerca del tipo de olas en las que
practica, qué nivel tiene y qué aproximación quiere hacer de cada ola, entre
otras cosas”, explica Rodrigo. Además, incluye cervezas, anécdotas y risas. Tantas
como para que él siga encargándole tablas y un tiempo después ya sean muchos
los amigos que le piden una para ellos, demasiados como para traerlas solo.
Entonces, en 2010 aparece
la idea de importar unas 50 tablas por encargue pero hay complicaciones para
exportarlas desde Brasil. El juego comienza a darse vuelta: el humano muestra ribetes
de salvador y el dios se empantana con problemas terrenales. Esa vez, Martins acuerda
viajar a Uruguay para hacer los productos en el país donde los vendería y todo se
soluciona.
En el tiempo que
estuvieron juntos para este trabajo puntual, el shaper le contó al cliente que
Brasil tiene una industria propia de materiales para surf y que para
protegerla, grava con fuerza la importación de lo extranjero. Por esa razón,
explicó el pope, era muy difícil hacer tablas buenas a precios competitivos. Y
el juego terminó de darse vuelta: Rodrigo propuso importar materiales a Uruguay
bajo el régimen de Admisión Temporaria (con un plazo para exportar lo fabricado
con esa materia prima) y vender al continente bajo los beneficios de los
productos Mercosur.
Martins, el shaper que
hace las tablas de los mejores del mundo cuando el calendario de competiciones
los lleva a Brasil y que patrocina a tres de los veinte primeros del ranking,
puso el respaldo, la fuerza de la marca Wetworks, el conocimiento y el asesoramiento
para montar la fábrica; Rodrigo puso horas de trabajo, buscó inversores y se
asoció con Juan Manuel Crosta. La unión hizo la fuerza y convirtió en realidad esta
industria que está en Uruguay pero hace ruido en todo el continente.
El sueño del pibe
Rodrigo no esperaba estar
codeándose de igual a igual con uno de los mejores pero menos pudo imaginar que
abriría la chance a otros uruguayos y latinoamericanos para que pudieran encargar
sus tablas personalizadas, entrevistándose con cuatro de los mejores shapers
del mundo. Sin embargo, lo hizo.
Primero vino Ricardo
Martins, que ya visitó el país unas 12 veces, pero el proyecto permitió la
llegada de tres bestias más. Uno es Jeff Bushman, leyenda viva del surfing que
está radicado hace 30 años Hawái y ya moldeó en el kilómetro 48 de la ruta
Interbalnearia.
“Es un tipo humilde que
le dedica el tiempo necesario a cada tabla y a cada surfer. Conversa el rato
que se precise para llegar al producto ideal”, cuenta Rodrigo. Además, dejó una
carta que está pegada en una oficina de la fábrica, en la que agradece el trato
y promete volver.
El regreso también es
algo que está planeado. Las tablas que vende Wetworks están pensadas para
favorecer la evolución del deportista y por ende, para ser cambiadas por nuevas
unidades que se adapten con más precisión a sus habilidades. Y para eso, se
precisan nuevas entrevistas con los mismos shapers. Desde la apertura de la
empresa, cada gurú pasó por Uruguay alrededor de cuatro veces y la idea de no
seguir sumando shapers responde a la intención de traer a los mejores, cada vez
que sea necesario.
“Esta frecuencia te
permite construir una historia con tu shaper, que te va conociendo. Esta
posibilidad es casi única. De hecho, si querés hablar con uno de ellos en Hawái
tenés unas listas de espera que prácticamente hacen que solo sean accesibles
para los que viven ahí”, advierte Rodrigo.
Otros que llegaron al
país fueron Jon Pyzel, un discípulo de Bushman que hace las tablas de John John
Florence (la nueva estrella del mundo del surf) y Jason Koons, uno de los tres
shapers que conforman la cooperativa Super, enfocada en surfers alternativos. “Ninguno
tiene nada que esconder. Su diferencia no está en lo que muestran sino en su
talento. Por eso cuentan todo, ayuda y enseñan lo máximo posible”, explica
Rodrigo.
Por estos días, un
periodista estadounidense que trabaja para una revista especializada en surf
está de visita en Uruguay para hacer un informe sobre este deporte en nuestro
país. Antes de llegar, le escribió por mail desde Argentina a Rodrigo
pidiéndole ayuda. Rodrigo le dijo que sí y le contó que Bushman estaba en su
fábrica, shapeando tablas.
–¿Bushy está allá y yo
en Argentina? –se preguntó. –Salgo mañana para Uruguay –se respondió.
Y además de disfrutar
unos días con uno de los fundadores de la industria del surf, le prestaron tablas
para que las probara en el agua y lo pasearon por las playas con mejores olas
del país.
Una forma de ser
Cuando un crack llega al
país, además de atender de forma individual, produce tablas de stock, diseñadas
según las aguas en las que van a usarse. Así, hay tablas que están prontas para
salir al mercado chileno, otras que son para surfear en Argentina y algunas que
están esperando para ser usadas en Uruguay. Pero hacen algo más en sus visitas
a nuestro país: motivan al personal, aunque sea sin proponérselo.
“Todos los que trabajan
acá son enfermos por el surf. Cuando viene un shaper están chochos de la vida y aunque baja la producción diaria, absorben
conocimientos que valen como años. Además, comen asados con los número uno y
eso es impagable”, confiesa Rodrigo. Cada vez que llega un famoso del surf, los
trabajadores contribuyen al boca a boca que redunda en el éxito comercial de
esta empresa.
Los cinco empleados de
Wetworks South America fueron entrenados en Río de Janeiro, la central de la
empresa que abastece el mercado brasileño. No podía ser de otra manera porque
Rodrigo empezaba de cero y tenía el desafío de hacer tablas de máxima calidad.
Se saltearon escalones que solo podrían no afectarlos si se rodeaban de tigres
y le ponían pasión. Y en lo segundo, no hay reproches.
Aunque ahora agradezca
estar lejos de las buenas olas de Uruguay, de modo tal que evita la tentación
de irse tras ellas en plena jornada laboral, los perjuicios del amor por el
surf representan un costo que Rodrigo está dispuesto a pagar. Conoce la forma
de pensar de los surfers y la comparte. Él mismo dejaba el trabajo para correr olas
y ordenaba sus planes en base a la hora en que tenía que bajar a la playa.
Ahora, si bien está del
otro lado del mostrador, convive con esos gajes del oficio que pueden implicar que
un shaper se rompa la muñeca surfeando y le cancele su venida al país. “No es
un negocio para meterse a facturar y nada más. Hay que hacerlo con pasión. Si
buscás algo mecánico y matemático estás en el lugar equivocado. El clima, la
humedad y hasta el ánimo del personal pueden incidir en la cantidad de material
que utilizás y la calidad final del producto, que si no es perfecto no sale de
acá”, explica Rodrigo.
Con sus ventajas y
contratiempos, hoy cuenta con una fábrica que no tiene nada que envidiarle a las
mejores del mundo. De hecho, la mayoría de esas crecen de a poco y ordenan sus
salas como pueden. En Wetworks, el galpón se diseñó de forma tal que las tablas
no se choquen y el proceso de fabricación sea ordenado. En total, son 85 metros
cuadrados y más de 250.000 dólares de inversión los que permiten una producción
de alrededor de seis tablas por día que se venden entre 450 y 550 dólares,
dependiendo de la marca.
Son muchos metros de
puro surf, entre revistas, pegotines y fotos; entre tanques de resina, tablas
en bruto y lijas de diferentes granos. Es el lugar en el mundo de Rodrigo y de los
locos que lo siguieron en este sueño que les permite desayunar hablando sobre
las olas de ayer, almorzar revisando los pronósticos para mañana y respirar el
aire del océano, los siete días de la semana.
Pasos hacia la perfección
El control de calidad de
las tablas que vende Wetworks es muy alto. Cada artesano que la recibe en el
proceso de fabricación tiene que revisarla y en caso de que no esté perfecta,
mandarla para atrás hasta que lo esté. Meter la mano es una oportunidad para
hacer una tabla mejor pero también para arruinarla.
Los materiales también
son fundamentales. El poliuretano llega de México y tanto la resina como la
tela son de Estados Unidos. Al igual que los copos, todo el material es de
máxima calidad.
El primer paso es el
diseño, que está a cargo del shaper y se hace en un programa de computadora
llamado SurfCAD (sí, es como el AutoCAD pero para el surf). El disco resultante
se coloca en una máquina que pule el bruto de la tabla y lo aproxima al
resultado final, con una forma, un volumen, un espesor y un tipo de cola
determinados. El cuarto en el que está la máquina es puro polvo. Se deshecha
mucho material. Las tablas de surf se pulen tanto, que a pesar de los cuatro
kilos que pesa el poliuretano y los cuatro litros que se usan de resina, el
peso final ronda los 2,7 kilos.
“Si no tuviéramos la
máquina no podríamos tener una producción industrial. Además, esto no mata el
alma artesanal del shaper, sino todo lo contrario: optimiza su tiempo y le
permite enfocarse más en los detalles finales y los diseños, en lugar de estar
serruchando”, explica Rodrigo.
Una vez que llega al
shaper, es hora de convertir la tabla de espuma en un planeador para el agua.
El cuarto en el cual se logra ese cometido tiene luces posicionadas
específicamente para marcar las sombras en las vetas del material que quedará
totalmente liso. Al entrar a la sala, los leds que iluminan al shaper desde
abajo se potencian con la pintura azul de la pared (que tiene ese color para
extremar el contraste) y alumbran su silueta de una forma especial, que lo
eleva en el medio del salón. Es un espacio diseñado para perfeccionar la tabla
pero luce como un santuario en el que se endiosa al shaper.
Tras la firma del
diseñador, se procede a la colocación de una primera resina, una tela y otra
resina parafinada que deja la tabla lista para que el taladro la perfore, se le
coloquen los copos, se le realice el lijado final y se le pase el cepillo que
pule la terminación. Tras una semana de reposo, el producto queda listo para la
venta.
La lentitud y el grado
de detalle que exige una tabla de primera calidad se ve a cada paso. Los
empleados de Wetworks son especialistas en lo que hacen y si faltan, es muy
probable que ese día no se hagan las tareas para las que ellos están
capacitados. Mamelucos, tapabocas y en casi todos los casos auriculares con
música, les permiten alcanzar la concentración necesaria. Ni se inmutan cuando
alguien entra en su espacio y pueden dedicar media hora a elegir el lugar
exacto en el que pondrán un logo tan chico que casi nadie podría reparar en él.
En pocas palabras:
“A los 19 años viajé a
hacer surf a Fernando de Noronha en avión. En ese momento, eso ya era un
golazo”.
“Los surfistas que
compiten no podían comprar tablas en Uruguay hasta que llegamos nosotros”.
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