viernes, 10 de mayo de 2013

En la cresta de la ola: Rodrigo Caballero


Un niño uruguayo de nueve años sube a una tabla de surf y no quiere bajar más. Uno de los diseñadores de tablas más reconocidos del mundo tiene problemas para importar materiales en Brasil. Cada uno corre su propia ola, hasta que el chico quiere comprarle al grande y resulta parte de la solución. La historia termina con una fábrica en Las Toscas que produce tablas de nivel mundial y exporta a toda Sudamérica.

“Hacer las tablas que me gustaría tener”. Así de sencillo explica Rodrigo Caballero lo que hacen en Wetworks South America. Sin embargo, no es tan simple llegar a la nave sobre la que está dispuesto a subir. De hecho, aunque afirma que “las cosas son más simples de lo que nos quieren hacer creer”, hasta fines de 2011 era un gusto que se daban pocos.

A partir de octubre de ese año, la fábrica que dirige Rodrigo vende productos premium como los que se pueden comprar en Hawái y otros pocos lugares más. Además, los surfistas uruguayos tienen la posibilidad de entrevistarse de forma personal con cuatro de los mejores shapers (moldeadores) del mundo. Estos tipos hacen que cada tabla tenga los secretos hidrodinámicos necesarios para poder moverse como pez en el agua.

Para que esto sea posible, hubo que amar tanto este deporte hasta que fue incompatible con el trabajo formal, hubo que quemar cada día libre estando en el agua y hubo que tener la sangre del surfista, que habla en términos de rachas y dirección del viento, de tamaño y periodos de las olas.

Casualidades de la vida

Las ganas de estar el mayor tiempo posible cerca del surf fueron el motor de Rodrigo, que siempre pensaba la forma de ganarle horas a la rutina para estar metido en este mundo. Ya antes de tener diez años hacía surf durante el verano “con la tabla que cayera en mis manos”, recuerda. A los 12 regalaron un traje de neopreno y se olvidó de la temporada estival, porque podía meterse al agua en invierno. A partir de los 16, cada semana de vacaciones o licencia era una oportunidad para tirarse de cabeza al océano.

Sin embargo, no aguantaba la distancia. Se enteraba que había buenas olas y lo carcomía estar trabajando como ayudante de su padre, que es despachante de aduana; lo mismo le pasaba con sus trabajos como periodista. Rodrigo pensaba en otros términos.

A los 21 años coqueteó con la idea de vivir cerca del surf y emprendió con la revista Mareas; pero recién hace dos años, desde los 34, que logra estar vinculado full time a esta pasión. “Ojalá el sueño siga vivo”, dice. Y para que eso se cumpla, maneja casi 100 kilómetros por día desde su casa hasta la fábrica, camina entre polvo de poliuretano sin drama alguno y no sabe de marcar tarjetas, bajar las cortinas ni olvidarse del laburo para siempre.

Además, estuvo en el momento justo, en el lugar indicado. Hace 7 años contactó a Ricardo Martins, el shaper más respetado y conocido de Brasil, y le dijo que quería entrevistarse con él para encargarle sus tablas. “Ese proceso es muy meticuloso y genera una relación personal entre el deportista y su diseñador. La charla permite que el creador mida al atleta, lo consulte acerca del tipo de olas en las que practica, qué nivel tiene y qué aproximación quiere hacer de cada ola, entre otras cosas”, explica Rodrigo. Además, incluye cervezas, anécdotas y risas. Tantas como para que él siga encargándole tablas y un tiempo después ya sean muchos los amigos que le piden una para ellos, demasiados como para traerlas solo.

Entonces, en 2010 aparece la idea de importar unas 50 tablas por encargue pero hay complicaciones para exportarlas desde Brasil. El juego comienza a darse vuelta: el humano muestra ribetes de salvador y el dios se empantana con problemas terrenales. Esa vez, Martins acuerda viajar a Uruguay para hacer los productos en el país donde los vendería y todo se soluciona.

En el tiempo que estuvieron juntos para este trabajo puntual, el shaper le contó al cliente que Brasil tiene una industria propia de materiales para surf y que para protegerla, grava con fuerza la importación de lo extranjero. Por esa razón, explicó el pope, era muy difícil hacer tablas buenas a precios competitivos. Y el juego terminó de darse vuelta: Rodrigo propuso importar materiales a Uruguay bajo el régimen de Admisión Temporaria (con un plazo para exportar lo fabricado con esa materia prima) y vender al continente bajo los beneficios de los productos Mercosur.

Martins, el shaper que hace las tablas de los mejores del mundo cuando el calendario de competiciones los lleva a Brasil y que patrocina a tres de los veinte primeros del ranking, puso el respaldo, la fuerza de la marca Wetworks, el conocimiento y el asesoramiento para montar la fábrica; Rodrigo puso horas de trabajo, buscó inversores y se asoció con Juan Manuel Crosta. La unión hizo la fuerza y convirtió en realidad esta industria que está en Uruguay pero hace ruido en todo el continente.

El sueño del pibe

Rodrigo no esperaba estar codeándose de igual a igual con uno de los mejores pero menos pudo imaginar que abriría la chance a otros uruguayos y latinoamericanos para que pudieran encargar sus tablas personalizadas, entrevistándose con cuatro de los mejores shapers del mundo. Sin embargo, lo hizo.

Primero vino Ricardo Martins, que ya visitó el país unas 12 veces, pero el proyecto permitió la llegada de tres bestias más. Uno es Jeff Bushman, leyenda viva del surfing que está radicado hace 30 años Hawái y ya moldeó en el kilómetro 48 de la ruta Interbalnearia.

“Es un tipo humilde que le dedica el tiempo necesario a cada tabla y a cada surfer. Conversa el rato que se precise para llegar al producto ideal”, cuenta Rodrigo. Además, dejó una carta que está pegada en una oficina de la fábrica, en la que agradece el trato y promete volver.

El regreso también es algo que está planeado. Las tablas que vende Wetworks están pensadas para favorecer la evolución del deportista y por ende, para ser cambiadas por nuevas unidades que se adapten con más precisión a sus habilidades. Y para eso, se precisan nuevas entrevistas con los mismos shapers. Desde la apertura de la empresa, cada gurú pasó por Uruguay alrededor de cuatro veces y la idea de no seguir sumando shapers responde a la intención de traer a los mejores, cada vez que sea necesario.

“Esta frecuencia te permite construir una historia con tu shaper, que te va conociendo. Esta posibilidad es casi única. De hecho, si querés hablar con uno de ellos en Hawái tenés unas listas de espera que prácticamente hacen que solo sean accesibles para los que viven ahí”, advierte Rodrigo.

Otros que llegaron al país fueron Jon Pyzel, un discípulo de Bushman que hace las tablas de John John Florence (la nueva estrella del mundo del surf) y Jason Koons, uno de los tres shapers que conforman la cooperativa Super, enfocada en surfers alternativos. “Ninguno tiene nada que esconder. Su diferencia no está en lo que muestran sino en su talento. Por eso cuentan todo, ayuda y enseñan lo máximo posible”, explica Rodrigo.

Por estos días, un periodista estadounidense que trabaja para una revista especializada en surf está de visita en Uruguay para hacer un informe sobre este deporte en nuestro país. Antes de llegar, le escribió por mail desde Argentina a Rodrigo pidiéndole ayuda. Rodrigo le dijo que sí y le contó que Bushman estaba en su fábrica, shapeando tablas.

–¿Bushy está allá y yo en Argentina? –se preguntó. ­­–Salgo mañana para Uruguay –se respondió.

Y además de disfrutar unos días con uno de los fundadores de la industria del surf, le prestaron tablas para que las probara en el agua y lo pasearon por las playas con mejores olas del país.

Una forma de ser

Cuando un crack llega al país, además de atender de forma individual, produce tablas de stock, diseñadas según las aguas en las que van a usarse. Así, hay tablas que están prontas para salir al mercado chileno, otras que son para surfear en Argentina y algunas que están esperando para ser usadas en Uruguay. Pero hacen algo más en sus visitas a nuestro país: motivan al personal, aunque sea sin proponérselo.

“Todos los que trabajan acá son enfermos por el surf. Cuando viene un shaper están chochos de la vida y aunque baja la producción diaria, absorben conocimientos que valen como años. Además, comen asados con los número uno y eso es impagable”, confiesa Rodrigo. Cada vez que llega un famoso del surf, los trabajadores contribuyen al boca a boca que redunda en el éxito comercial de esta empresa.

Los cinco empleados de Wetworks South America fueron entrenados en Río de Janeiro, la central de la empresa que abastece el mercado brasileño. No podía ser de otra manera porque Rodrigo empezaba de cero y tenía el desafío de hacer tablas de máxima calidad. Se saltearon escalones que solo podrían no afectarlos si se rodeaban de tigres y le ponían pasión. Y en lo segundo, no hay reproches.

Aunque ahora agradezca estar lejos de las buenas olas de Uruguay, de modo tal que evita la tentación de irse tras ellas en plena jornada laboral, los perjuicios del amor por el surf representan un costo que Rodrigo está dispuesto a pagar. Conoce la forma de pensar de los surfers y la comparte. Él mismo dejaba el trabajo para correr olas y ordenaba sus planes en base a la hora en que tenía que bajar a la playa.

Ahora, si bien está del otro lado del mostrador, convive con esos gajes del oficio que pueden implicar que un shaper se rompa la muñeca surfeando y le cancele su venida al país. “No es un negocio para meterse a facturar y nada más. Hay que hacerlo con pasión. Si buscás algo mecánico y matemático estás en el lugar equivocado. El clima, la humedad y hasta el ánimo del personal pueden incidir en la cantidad de material que utilizás y la calidad final del producto, que si no es perfecto no sale de acá”, explica Rodrigo.

Con sus ventajas y contratiempos, hoy cuenta con una fábrica que no tiene nada que envidiarle a las mejores del mundo. De hecho, la mayoría de esas crecen de a poco y ordenan sus salas como pueden. En Wetworks, el galpón se diseñó de forma tal que las tablas no se choquen y el proceso de fabricación sea ordenado. En total, son 85 metros cuadrados y más de 250.000 dólares de inversión los que permiten una producción de alrededor de seis tablas por día que se venden entre 450 y 550 dólares, dependiendo de la marca.

Son muchos metros de puro surf, entre revistas, pegotines y fotos; entre tanques de resina, tablas en bruto y lijas de diferentes granos. Es el lugar en el mundo de Rodrigo y de los locos que lo siguieron en este sueño que les permite desayunar hablando sobre las olas de ayer, almorzar revisando los pronósticos para mañana y respirar el aire del océano, los siete días de la semana.

Pasos hacia la perfección

El control de calidad de las tablas que vende Wetworks es muy alto. Cada artesano que la recibe en el proceso de fabricación tiene que revisarla y en caso de que no esté perfecta, mandarla para atrás hasta que lo esté. Meter la mano es una oportunidad para hacer una tabla mejor pero también para arruinarla.

Los materiales también son fundamentales. El poliuretano llega de México y tanto la resina como la tela son de Estados Unidos. Al igual que los copos, todo el material es de máxima calidad.

El primer paso es el diseño, que está a cargo del shaper y se hace en un programa de computadora llamado SurfCAD (sí, es como el AutoCAD pero para el surf). El disco resultante se coloca en una máquina que pule el bruto de la tabla y lo aproxima al resultado final, con una forma, un volumen, un espesor y un tipo de cola determinados. El cuarto en el que está la máquina es puro polvo. Se deshecha mucho material. Las tablas de surf se pulen tanto, que a pesar de los cuatro kilos que pesa el poliuretano y los cuatro litros que se usan de resina, el peso final ronda los 2,7 kilos.

“Si no tuviéramos la máquina no podríamos tener una producción industrial. Además, esto no mata el alma artesanal del shaper, sino todo lo contrario: optimiza su tiempo y le permite enfocarse más en los detalles finales y los diseños, en lugar de estar serruchando”, explica Rodrigo.

Una vez que llega al shaper, es hora de convertir la tabla de espuma en un planeador para el agua. El cuarto en el cual se logra ese cometido tiene luces posicionadas específicamente para marcar las sombras en las vetas del material que quedará totalmente liso. Al entrar a la sala, los leds que iluminan al shaper desde abajo se potencian con la pintura azul de la pared (que tiene ese color para extremar el contraste) y alumbran su silueta de una forma especial, que lo eleva en el medio del salón. Es un espacio diseñado para perfeccionar la tabla pero luce como un santuario en el que se endiosa al shaper.

Tras la firma del diseñador, se procede a la colocación de una primera resina, una tela y otra resina parafinada que deja la tabla lista para que el taladro la perfore, se le coloquen los copos, se le realice el lijado final y se le pase el cepillo que pule la terminación. Tras una semana de reposo, el producto queda listo para la venta.

La lentitud y el grado de detalle que exige una tabla de primera calidad se ve a cada paso. Los empleados de Wetworks son especialistas en lo que hacen y si faltan, es muy probable que ese día no se hagan las tareas para las que ellos están capacitados. Mamelucos, tapabocas y en casi todos los casos auriculares con música, les permiten alcanzar la concentración necesaria. Ni se inmutan cuando alguien entra en su espacio y pueden dedicar media hora a elegir el lugar exacto en el que pondrán un logo tan chico que casi nadie podría reparar en él.

En pocas palabras:

“A los 19 años viajé a hacer surf a Fernando de Noronha en avión. En ese momento, eso ya era un golazo”.

“Los surfistas que compiten no podían comprar tablas en Uruguay hasta que llegamos nosotros”.

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