La magia de viajar en casa rodante.
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Camionetas que podrían ser aviones, ómnibus disfrazados de cruceros.
Viajes en familia desde Argentina hasta Alaska y nidos de amor para un embarazo
íntimo. Lo mejor de una escapada de vacaciones sin lo peor de organizarla.
Historias escondidas en furgonetas con cama adentro y sueños afuera.
Paso
frente al puerto de La Paloma
y veo unas cuantas familias en casas rodantes. Me pregunto qué hace esta gente
cuando llueve y me acerco a admirar la forma en que conviven con esa situación.
No sé cómo entra tanta cosa en tan poco espacio ni cuánta paciencia se necesita
para manejar esos aparatosos vehículos, pero al conversar con sus dueños
percibo un espíritu diferente.
Empiezo a
entender que hay una manera de estar en contacto con la naturaleza y en
sintonía con los demás. Me cuentan que casi todos evolucionaron de su pasión
por acampar y compartir un fogón entre amigos. Me entero que hay gente que usa
un vehículo para ir al encuentro de sus sueños y por eso, lo mima como a un
niño. El rancho móvil les da acceso a una comunidad de viajeros que frenan en
la ruta cuando un colega precisa auxilio o aconsejan a un extranjero cuando el
paraje elegido no es el más seguro. Sé que a estos tipos les das dos minutos y
te contagian las ganas de salir a andar. Y yo se los doy.
Como en botica
Una camioneta blanca dobla
bien abierto y estaciona sin meter reversa. Su movimiento no desentona con la
paz de esta mañana de sábado en Piriápolis. Jorge y Margarita están en el lugar
indicado. Él, sin chancletas ni remera, con barba candado, sombrero y lentes,
sale y comienza a explicarme: “Yo paro acá porque este es un lugar estratégico.
La playa está atravesada por un muro que nos resguarda del viento, sin importar
para qué lado corra. Además, este árbol nos da una sombra bárbara para la
siesta”. Pero enseguida aparece El Chumbo y rompe con la armonía, la
explicación y algunas normas de tránsito. Descalzo y con la cabeza desnuda, sin
pelo ni casco, llega en su motito, se abraza fuerte con Jorge y coordina
aperitivos y asados para el resto del fin de semana. Margarita, unos metros más
abajo, se pone al día con el sol.
Jorge me invita a pasar a
su casa, una furgoneta como las que se usan para el reparto de mercaderías. Es
difícil encontrar algún elemento que, giros y trancas mediante, no se
reconvierta en otra cosa. En la casa de cinco metros de largo entra un
dormitorio matrimonial con DVD y home
theater, un baño con ducha, dos piletas, cuatro hornallas, asientos para
seis personas, una mesa amplia, un barcito, otra cama de dos plazas, una
cucheta individual, una linda radio con varios parlantes, aire acondicionado y
una perfecta iluminación led.
Además, cada huequito
libre es un posible cajón. En este motorhome
no hay centímetros desaprovechados y ese logro se debe a la pasión por
optimizar espacios que Jorge confiesa. Cuenta con orgullo cómo cambió de lugar
una rueda auxiliar y generó un depósito que alberga sillas, un hornito
eléctrico, la instalación de agua y el calefón. Se toma el tiempo necesario
para mostrar que las puertas se pliegan y se guardan en lugar de abrirse y se
molesta en exhibir la plataforma giratoria de la televisión que permite mirarla
desde el cuarto o el living, según las ganas.
Sin embargo, la
funcionalidad no anula el detalle. Cada estante cuenta con su correspondiente
baranda que evita que el andar sacuda los objetos a la vista y tanto la energía
como las aguas están controladas por tableros indicadores. “Y lo que no hay, se
fabrica”, dice Jorge y no se queda en los dichos. Agujereó una tabla al costado
del asiento del acompañante para que entre el termo, el mate y una botella;
desde arriba, tres luces alumbran para garantizar un cebado perfecto. Importó unas
ventanas inasequibles en Uruguay, que se abren durante la lluvia sin permitir
que se moje el vehículo. Instaló una estufa cuyo proceso de combustión permite
encenderla con la casa totalmente cerrada y colocó una antena que se estira y
deja ver los canales locales. No obstante, el episodio de las cortinas es el
mayor síntoma de esta enfermedad detallista: pegarlas con velcro en lugar de
engancharlas a un riel fue la solución que encontraron para combatir el pequeño
gran ruido que provoca el roce de los metales cuando el rancho está en marcha.
Y eso, para ellos, fue un salto en su calidad de vida.
A pesar de todo, su casa
rodante no está finalizada. Hace poco le colocaron una cortina a la entrada
para que no se llene de moscas y agregaron una plataforma extensible para poder
llevar una moto. Sin embargo, siempre quedan cosas por hacer. “Los que amamos
nuestra casa rodante nunca terminamos de construirla. Podemos tenerla muy bien
preparada y que no precise mejoras urgentes pero siempre querremos ponerle
alguna otra cosita”, dice Jorge, que en estos días debate con Margarita la
inclusión de un horno a gas. La pareja, de unos 60 años, quiere al motorhome como si fuese un hijo. Lo
miman como forma de agradecerle todo lo que les da. Jorge, por ejemplo, es
capaz de volver un lunes de mañana a Montevideo porque el domingo de noche no
tiene lugar en el garaje donde siempre lo guarda. Y lo ha hecho más de una vez.
Sus salidas son respiros que se regalan para luchar contra la rutina laboral y valen más que los 40.000
dólares que costaron la compra y el acondicionamiento de la casa rodante. Por
eso, quizá, Margarita deja la playa cada unos minutos y vuelve a su motorhome, como por inercia, como porque
extraña. Y se pone del otro lado del muro, porque ahora el viento sopla fuerte.
Dulce hogar
Hace un año y siete meses, una
familia viajera recorre América en su camioneta. Leandro y Vicky son una pareja
de casi 40 años y llevan en su viaje por el continente a Mateo, Agustín y
Delfina, de entre 5 y 8 años. Además, hace seis meses se sumó un tripulante
cómodamente instalado en la panza de la mamá. Este quinteto de marplatenses
exhibe el trayecto recorrido en un mapa pegado a la puerta de su motorhome. Juntos conocieron el frío de
Alaska y la hermosura de Costa Rica. Concluyeron que Colombia es menos
peligrosa de lo que parece y que El Salvador lo es más. Chile, Perú, Ecuador,
Venezuela, Panamá, Nicaragua, Honduras, Guatemala, México, Estados Unidos y
Canadá son otros de los países que atravesaron. Nieve, bosque, selva y playa,
los paisajes. Sus niños y ellos alternaron entre el primer y el tercer mundo
sin escalas. Volaron en autopistas y padecieron caminos empedrados en los que
no se superan los 15
kilómetros por hora. Volverán con una mochila de
experiencias y valores que no entra en ninguna casa rodante.
Cuando llego a la puerta, me
atiende Mateo, el más grande de los chiquitos. Está jugando pero también
vendiendo las artesanías que hacen entre todos. Cuando lo acribillo a preguntas
llama a su papá, un flaco alto de pelo largo que derrocha buena onda. Y él me
cuenta que estaban podridos de la rosca del trabajo y la locura de una vida que
se ha vuelto normal. Que, un poco en chiste y otro poco en serio, dijeron que
se iban a ir y lo siguiente que recuerdan es que compraron la camioneta y
salieron. Los pequeños estudian con Vicky y dan las pruebas finales de la
escuela a distancia. “La verdad es que son unos genios. Colaboran con todo, se
adaptan a cualquier situación y a los cinco minutos que llegamos a un lugar, ya
están jugando con nuevos amigos”, cuentan emocionados. Además, la ternura que
emanan les sirvió para salvarse de alguna situación complicada en el inevitable
contacto que tuvieron con la
América corrupta.
Los vínculos personales también
se estrechan cuando se vive sobre ruedas. La familia comparte más tiempo y eso
cambia las reglas. Hay padres que son amigos, hijos que también enseñan y
hermanos mayores que hacen de psicólogos, cocineros y maestros. Todos los
viajeros coinciden en este punto: la casa rodante los vuelve más comprensivos y
versátiles. Los acerca al tipo de
personas que quieren ser.
Algo así es la historia de Lucía
y Leandro (otro Leandro), una pareja de uruguayos caprichosos que quisieron vivir con
intensidad el embarazo que devino en la hermosa Gaia de 4 años. Emprender esa
aventura siempre fue un sueño, pero el diferencial está en que ellos se
animaron a cumplirlo. No tienen miedo. Lucía recuerda el viaje y
se le dibuja una sonrisa en la cara. Leandro habla sin prisa, como si sus
palabras empujaran el motorhome.
Navegaron a través de Chile y Argentina. Despuntaron el vicio de no llegar a
ninguna parte.
Están convencidos de que cada casa rodante tiene un
alma. “El Patriarca”, su ómnibus, se los demostró a través de sus desperfectos
mecánicos. En sus primeros kilómetros como dueños vieron romperse el alternador
y sintieron que pagaban derecho de piso. Ahora, todos tiemblan cuando Leandro
cede el volante. Razones no les faltan, porque luego de aquel comienzo
complicado, “El Patriarca” sólo ha fallado cuando lo manejan otros. Pero no hay
enojos, porque si de almas se trata, la de su vehículo ha sido muy bondadosa
con ellos. Les dio ese nido de amor que buscaban para gestar la primera flor de
la familia y hoy es el caparazón seguro de estos caracoles que se mueven sin
apuro porque siempre están en su casa. Es esa mezcla perfecta de hogar pequeño
con un patio gigante, tan enorme y variado como los paisajes que el mundo pueda
ofrecerles.
“Esta es nuestra forma de tener cerca lo que
queremos. Acá se puede cocinar y estar al lado de tu hija, que está jugando,
mientras tu pareja lee. Estás en el lugar que te gusta, con los afectos que amás”,
confiesan y lo pintan tan hermoso como sencillo. Además, cuentan que los seduce
la posibilidad de ser espontáneos. Les encanta meterse en caminos alternativos,
dejarse llevar y explorar juntos el lugar. Siempre juntos. Ahora, en el
horizonte, aparece un viaje largo hasta Colombia y los estudios escolares a
distancia se presentan como una gran opción para que una cosa no quite la otra.
Después, cuando Gaia cumpla 18 años, sueñan con regalarle un motorhome. Todavía queda tiempo para
eso, pero ya especulan si será “El Patriarca” y se ilusionan con que pase de
generación en generación como un amuleto familiar. Les seduce la idea de viajar
lo suficiente para que en ese momento, Gaia no precise pagar derecho de piso.
Es la noche y el final. Yo
debo llegar a la terminal, 30 minutos antes de partir porque se vence mi
reserva. Me espera un retorno rodeado de 40 extraños, con quienes compartiré
baño y sufriré paradas preestablecidas. Aquellos viajeros, que no negocian hora
de desayuno ni lugar específico de almuerzo, que no aceptan excursiones con tiempos
ajustados ni simpatizan con las reservas, que no saben de checkout ni room service, encenderán sus naves y saldrán a conquistar su
libertad.
La esencia hecha institución
La comunidad de viajeros
en casas rodantes y motorhomes tiene
su punto de encuentro en una organización: Ranchomóvil Club Uruguayo. Esta
institución, que cumplió 25 años en 2012, reúne a 110 familias, organiza una
salida mensual a diferentes destinos del país y una excursión anual en caravana
hacia algún lugar del exterior. Durante la planificación de los distintos
paseos, se comunican con jerarcas departamentales de cada sitio y gestionan un espacio
con agua, luz y guías turísticos que los lleven a conocer el destino. Además, a
la hora de hacer un asado para todos suelen asustar a panaderos y carniceros
locales.
Como la unión hace la
fuerza, hace cuatro años surgió la Asociación Sudamericana
de Ranchomovilismo, que junta a más de 500 familias y hace extensivos los
beneficios de cada asociación nacional al resto de los integrantes regionales.
La componen uruguayos, brasileños, argentinos y está en proceso la entrada de
Chile. El foco de esta agrupación continental está puesto en el Mundial de
Brasil 2014. La idea es encontrar lugar para todos los socios interesados y
ayudarlos a participar del evento.
En pocas palabras:
Las casas rodantes surgieron en la primera mitad del siglo
XX, como alternativa de vida para artistas itinerantes que ofrecían
exposiciones o deportistas que seguían circuitos mundiales de competencias.
La nota en PDF
gran artículo! dan ganas de largar todo a la mierda y largarse a rodar.
ResponderEliminarHay alguna web de esta gente con información de paradas y rutas seguras? por las dudas...
Gracias. No estoy al tanto de que exista tal cosa. Lo que sí podés hacer es escribir al contacto que aparece en la web del Ranchomóvil Club Uruguayo.
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