viernes, 18 de enero de 2013

A rodar mi vida

La magia de viajar en casa rodante.

Camionetas que podrían ser aviones, ómnibus disfrazados de cruceros. Viajes en familia desde Argentina hasta Alaska y nidos de amor para un embarazo íntimo. Lo mejor de una escapada de vacaciones sin lo peor de organizarla. Historias escondidas en furgonetas con cama adentro y sueños afuera.

Paso frente al puerto de La Paloma y veo unas cuantas familias en casas rodantes. Me pregunto qué hace esta gente cuando llueve y me acerco a admirar la forma en que conviven con esa situación. No sé cómo entra tanta cosa en tan poco espacio ni cuánta paciencia se necesita para manejar esos aparatosos vehículos, pero al conversar con sus dueños percibo un espíritu diferente.


Empiezo a entender que hay una manera de estar en contacto con la naturaleza y en sintonía con los demás. Me cuentan que casi todos evolucionaron de su pasión por acampar y compartir un fogón entre amigos. Me entero que hay gente que usa un vehículo para ir al encuentro de sus sueños y por eso, lo mima como a un niño. El rancho móvil les da acceso a una comunidad de viajeros que frenan en la ruta cuando un colega precisa auxilio o aconsejan a un extranjero cuando el paraje elegido no es el más seguro. Sé que a estos tipos les das dos minutos y te contagian las ganas de salir a andar. Y yo se los doy.

Como en botica

Una camioneta blanca dobla bien abierto y estaciona sin meter reversa. Su movimiento no desentona con la paz de esta mañana de sábado en Piriápolis. Jorge y Margarita están en el lugar indicado. Él, sin chancletas ni remera, con barba candado, sombrero y lentes, sale y comienza a explicarme: “Yo paro acá porque este es un lugar estratégico. La playa está atravesada por un muro que nos resguarda del viento, sin importar para qué lado corra. Además, este árbol nos da una sombra bárbara para la siesta”. Pero enseguida aparece El Chumbo y rompe con la armonía, la explicación y algunas normas de tránsito. Descalzo y con la cabeza desnuda, sin pelo ni casco, llega en su motito, se abraza fuerte con Jorge y coordina aperitivos y asados para el resto del fin de semana. Margarita, unos metros más abajo, se pone al día con el sol.

Jorge me invita a pasar a su casa, una furgoneta como las que se usan para el reparto de mercaderías. Es difícil encontrar algún elemento que, giros y trancas mediante, no se reconvierta en otra cosa. En la casa de cinco metros de largo entra un dormitorio matrimonial con DVD y home theater, un baño con ducha, dos piletas, cuatro hornallas, asientos para seis personas, una mesa amplia, un barcito, otra cama de dos plazas, una cucheta individual, una linda radio con varios parlantes, aire acondicionado y una perfecta iluminación led.

Además, cada huequito libre es un posible cajón. En este motorhome no hay centímetros desaprovechados y ese logro se debe a la pasión por optimizar espacios que Jorge confiesa. Cuenta con orgullo cómo cambió de lugar una rueda auxiliar y generó un depósito que alberga sillas, un hornito eléctrico, la instalación de agua y el calefón. Se toma el tiempo necesario para mostrar que las puertas se pliegan y se guardan en lugar de abrirse y se molesta en exhibir la plataforma giratoria de la televisión que permite mirarla desde el cuarto o el living, según las ganas.

Sin embargo, la funcionalidad no anula el detalle. Cada estante cuenta con su correspondiente baranda que evita que el andar sacuda los objetos a la vista y tanto la energía como las aguas están controladas por tableros indicadores. “Y lo que no hay, se fabrica”, dice Jorge y no se queda en los dichos. Agujereó una tabla al costado del asiento del acompañante para que entre el termo, el mate y una botella; desde arriba, tres luces alumbran para garantizar un cebado perfecto. Importó unas ventanas inasequibles en Uruguay, que se abren durante la lluvia sin permitir que se moje el vehículo. Instaló una estufa cuyo proceso de combustión permite encenderla con la casa totalmente cerrada y colocó una antena que se estira y deja ver los canales locales. No obstante, el episodio de las cortinas es el mayor síntoma de esta enfermedad detallista: pegarlas con velcro en lugar de engancharlas a un riel fue la solución que encontraron para combatir el pequeño gran ruido que provoca el roce de los metales cuando el rancho está en marcha. Y eso, para ellos, fue un salto en su calidad de vida.

A pesar de todo, su casa rodante no está finalizada. Hace poco le colocaron una cortina a la entrada para que no se llene de moscas y agregaron una plataforma extensible para poder llevar una moto. Sin embargo, siempre quedan cosas por hacer. “Los que amamos nuestra casa rodante nunca terminamos de construirla. Podemos tenerla muy bien preparada y que no precise mejoras urgentes pero siempre querremos ponerle alguna otra cosita”, dice Jorge, que en estos días debate con Margarita la inclusión de un horno a gas. La pareja, de unos 60 años, quiere al motorhome como si fuese un hijo. Lo miman como forma de agradecerle todo lo que les da. Jorge, por ejemplo, es capaz de volver un lunes de mañana a Montevideo porque el domingo de noche no tiene lugar en el garaje donde siempre lo guarda. Y lo ha hecho más de una vez.

Sus salidas son respiros que se regalan para luchar contra la rutina laboral y valen más que los 40.000 dólares que costaron la compra y el acondicionamiento de la casa rodante. Por eso, quizá, Margarita deja la playa cada unos minutos y vuelve a su motorhome, como por inercia, como porque extraña. Y se pone del otro lado del muro, porque ahora el viento sopla fuerte.

Dulce hogar

Hace un año y siete meses, una familia viajera recorre América en su camioneta. Leandro y Vicky son una pareja de casi 40 años y llevan en su viaje por el continente a Mateo, Agustín y Delfina, de entre 5 y 8 años. Además, hace seis meses se sumó un tripulante cómodamente instalado en la panza de la mamá. Este quinteto de marplatenses exhibe el trayecto recorrido en un mapa pegado a la puerta de su motorhome. Juntos conocieron el frío de Alaska y la hermosura de Costa Rica. Concluyeron que Colombia es menos peligrosa de lo que parece y que El Salvador lo es más. Chile, Perú, Ecuador, Venezuela, Panamá, Nicaragua, Honduras, Guatemala, México, Estados Unidos y Canadá son otros de los países que atravesaron. Nieve, bosque, selva y playa, los paisajes. Sus niños y ellos alternaron entre el primer y el tercer mundo sin escalas. Volaron en autopistas y padecieron caminos empedrados en los que no se superan los 15 kilómetros por hora. Volverán con una mochila de experiencias y valores que no entra en ninguna casa rodante.

Cuando llego a la puerta, me atiende Mateo, el más grande de los chiquitos. Está jugando pero también vendiendo las artesanías que hacen entre todos. Cuando lo acribillo a preguntas llama a su papá, un flaco alto de pelo largo que derrocha buena onda. Y él me cuenta que estaban podridos de la rosca del trabajo y la locura de una vida que se ha vuelto normal. Que, un poco en chiste y otro poco en serio, dijeron que se iban a ir y lo siguiente que recuerdan es que compraron la camioneta y salieron. Los pequeños estudian con Vicky y dan las pruebas finales de la escuela a distancia. “La verdad es que son unos genios. Colaboran con todo, se adaptan a cualquier situación y a los cinco minutos que llegamos a un lugar, ya están jugando con nuevos amigos”, cuentan emocionados. Además, la ternura que emanan les sirvió para salvarse de alguna situación complicada en el inevitable contacto que tuvieron con la América corrupta.

Los vínculos personales también se estrechan cuando se vive sobre ruedas. La familia comparte más tiempo y eso cambia las reglas. Hay padres que son amigos, hijos que también enseñan y hermanos mayores que hacen de psicólogos, cocineros y maestros. Todos los viajeros coinciden en este punto: la casa rodante los vuelve más comprensivos y versátiles. Los  acerca al tipo de personas que quieren ser.

Algo así es la historia de Lucía y Leandro (otro Leandro), una pareja de uruguayos caprichosos que quisieron vivir con intensidad el embarazo que devino en la hermosa Gaia de 4 años. Emprender esa aventura siempre fue un sueño, pero el diferencial está en que ellos se animaron a cumplirlo. No tienen miedo. Lucía recuerda el viaje y se le dibuja una sonrisa en la cara. Leandro habla sin prisa, como si sus palabras empujaran el motorhome. Navegaron a través de Chile y Argentina. Despuntaron el vicio de no llegar a ninguna parte.

Están convencidos de que cada casa rodante tiene un alma. “El Patriarca”, su ómnibus, se los demostró a través de sus desperfectos mecánicos. En sus primeros kilómetros como dueños vieron romperse el alternador y sintieron que pagaban derecho de piso. Ahora, todos tiemblan cuando Leandro cede el volante. Razones no les faltan, porque luego de aquel comienzo complicado, “El Patriarca” sólo ha fallado cuando lo manejan otros. Pero no hay enojos, porque si de almas se trata, la de su vehículo ha sido muy bondadosa con ellos. Les dio ese nido de amor que buscaban para gestar la primera flor de la familia y hoy es el caparazón seguro de estos caracoles que se mueven sin apuro porque siempre están en su casa. Es esa mezcla perfecta de hogar pequeño con un patio gigante, tan enorme y variado como los paisajes que el mundo pueda ofrecerles.

“Esta es nuestra forma de tener cerca lo que queremos. Acá se puede cocinar y estar al lado de tu hija, que está jugando, mientras tu pareja lee. Estás en el lugar que te gusta, con los afectos que amás”, confiesan y lo pintan tan hermoso como sencillo. Además, cuentan que los seduce la posibilidad de ser espontáneos. Les encanta meterse en caminos alternativos, dejarse llevar y explorar juntos el lugar. Siempre juntos. Ahora, en el horizonte, aparece un viaje largo hasta Colombia y los estudios escolares a distancia se presentan como una gran opción para que una cosa no quite la otra. Después, cuando Gaia cumpla 18 años, sueñan con regalarle un motorhome. Todavía queda tiempo para eso, pero ya especulan si será “El Patriarca” y se ilusionan con que pase de generación en generación como un amuleto familiar. Les seduce la idea de viajar lo suficiente para que en ese momento, Gaia no precise pagar derecho de piso.

Es la noche y el final. Yo debo llegar a la terminal, 30 minutos antes de partir porque se vence mi reserva. Me espera un retorno rodeado de 40 extraños, con quienes compartiré baño y sufriré paradas preestablecidas. Aquellos viajeros, que no negocian hora de desayuno ni lugar específico de almuerzo, que no aceptan excursiones con tiempos ajustados ni simpatizan con las reservas, que no saben de checkout ni room service, encenderán sus naves y saldrán a conquistar su libertad.

La esencia hecha institución

La comunidad de viajeros en casas rodantes y motorhomes tiene su punto de encuentro en una organización: Ranchomóvil Club Uruguayo. Esta institución, que cumplió 25 años en 2012, reúne a 110 familias, organiza una salida mensual a diferentes destinos del país y una excursión anual en caravana hacia algún lugar del exterior. Durante la planificación de los distintos paseos, se comunican con jerarcas departamentales de cada sitio y gestionan un espacio con agua, luz y guías turísticos que los lleven a conocer el destino. Además, a la hora de hacer un asado para todos suelen asustar a panaderos y carniceros locales.

Como la unión hace la fuerza, hace cuatro años surgió la Asociación Sudamericana de Ranchomovilismo, que junta a más de 500 familias y hace extensivos los beneficios de cada asociación nacional al resto de los integrantes regionales. La componen uruguayos, brasileños, argentinos y está en proceso la entrada de Chile. El foco de esta agrupación continental está puesto en el Mundial de Brasil 2014. La idea es encontrar lugar para todos los socios interesados y ayudarlos a participar del evento.

En pocas palabras:

Las casas rodantes surgieron en la primera mitad del siglo XX, como alternativa de vida para artistas itinerantes que ofrecían exposiciones o deportistas que seguían circuitos mundiales de competencias.

Las casas rodantes que hay en Uruguay oscilan entre los US$ 7.000 y US$ 30.000 de costo. El motorhome más caro del país cuesta US$ 180.000 pero en el mundo hay de hasta dos millones.

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2 comentarios:

  1. Anónimo7.2.13

    gran artículo! dan ganas de largar todo a la mierda y largarse a rodar.
    Hay alguna web de esta gente con información de paradas y rutas seguras? por las dudas...

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    1. Gracias. No estoy al tanto de que exista tal cosa. Lo que sí podés hacer es escribir al contacto que aparece en la web del Ranchomóvil Club Uruguayo.

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