Su padre era aviador, él fue docente de astronomía y
estudiante de meteorología. Siempre estuvo atento a las constelaciones. Sin
embargo, su pasión por la música lo llevó a obsesionarse por estrellas más
alcanzables que las de la Vía Láctea; hace más de 25 años que persigue famosos
para fotografiarse con ellos. Con el paso del tiempo perfeccionó sus tomas,
mejoró su camuflaje, juntó anécdotas, sumó amigos exitosos y amplió su
fanatismo a cualquier figura capaz de convocar masas. También tuvo desaires.
Soportó maltratos, lluvias, varias horas de espera con
disimulo y se desdobló en empresario, huésped y jugador de casino para
conseguir fotos y videos con artistas de todo tipo. Algunas veces trascendió lo
esperado y conoció a sus ídolos en la intimidad. David Bisbal cantó a solas
para él y su mujer, y Mariano Mores tocó el piano para su hija. Fue guía
improvisado de los Auténticos Decadentes en Uruguay, desayunó con Armando
Manzanero y llevó en su auto a Juan Luis Guerra. Aunque muchos aseguran que
tiene una capacidad especial para atraer a los famosos, él dice que sus logros
son fruto de una intensa búsqueda.
Walter Ojeda tiene 50 años y es extravagante. No se ríe si no es a carcajadas, imita los acentos de los famosos con los que habló, recrea planos imaginarios con los objetos de su escritorio y confía secretos sobre escondites y estrategias para llegar a sus objetivos. Relata las historias con intensidad: cuenta todo con lujo de detalle e intercala gestos y mímicas entre las palabras.
“Por más que son de carne y hueso como nosotros, respiran
como nosotros y van al baño como nosotros, no son iguales a nosotros”, intenta
explicar Walter, sin explicar mucho. Con las horas confiesa que siente una
vibra especial alrededor de ellos, que lo motiva el desafío de alcanzar lo que
se presume imposible y la adrenalina de eludir los operativos de seguridad que
se montan para cuidar a los más importantes.
Su definición de “famoso” es algo confusa y se reduce a un
círculo no tan pequeño. Para él, todos aquellos que tienen cierto poder de
convocatoria son dignos de su admiración, sin importar el rubro en el que se
destaquen. Por eso, tiene fotos con el conferencista sobre experiencias
extraterrestres Sixto Paz, con los presidentes Lula da Silva y Hugo Chávez, y
con estrellas televisivas como Marcelo Tinelli. Dentro de la música tampoco le
importa el género: se sacó fotos con Ricardo Arjona y con Axl Rose, con Calle
13 y con el tenor José Carreras. Se regodea de su foto con el edil nacionalista
Carlos Iafigliola como lo puede hacer con la que tiene con Keith Richards. Ni
siquiera tienen que agradarle; por eso tiene una foto con Dani Umpi, al que
considera un “desastre que mueve mucha gente. Hace payasadas pero ¿quién se lo
quita?”.
Walter no lo dice pero considera que hay famosos de dos
clases: “algunos están en mi colección porque los voy a buscar al lugar que sea
y a otros me los encuentro de casualidad”. Entre concierto y concierto, se saca
fotos con los que se cruza.
Su meta es arriesgada: cada año pretende, al menos, una foto
más que en el anterior. En 2011 juntó casi 50, poco menos de una por semana.
Mientras él goza, su bolsillo sufre: entre setiembre y octubre del año pasado
invirtió 1.200 dólares en entradas para la primera fila, su lugar en el mundo.
Walter confunde un poco el deseo con la obligación y explica
por qué: “Me viene un Serrat, un Maná, una Amaia Montero o un Bryan Adams más
de una vez, y les tengo que sacar”.
****
En su oficina hay muchas fotos. La mayoría están apiladas en
el escritorio y otras se exponen en la cartelera. La fecha estampada en las
imágenes delata que fueron tomadas con una cámara digital. Walter sonríe en
todas; siempre está de buen humor y cuando llega a su lugar de trabajo, saluda
a sus compañeros con dulzura. A las mujeres les dice “beleza” con acento
brasileño y a los hombres “amichi”, con marcada tonada italiana. También los
trata de “mi amor” y “mi príncipe”. Cuando se refiere a los famosos habla de
los “magos”, “monstruos” y “tigres”.
No lo hace de careta, su confianza está basada en las
historias compartidas. El vínculo con David Bisbal nació cuando el compositor
le dedicó una canción a su esposa Claudia, durante un recital. Hasta ahí, todo
parecía tratarse de una noche con suerte. Al terminar el show, fueron al hotel
donde descansaría el cantante. Cuando llegó Bisbal, reconoció a la mujer y los
saludó. Lo felicitaron por el recital y le dijeron que faltó una canción, la
que sonaba cuando ellos se conocieron.
Walter había ido al hotel en busca de su foto: el plus de
hablar con un famoso de esta envergadura ya bastaba para que recordara la
anécdota por un buen tiempo. Sin embargo, Bisbal pareció avergonzarse por el
error y les propuso unas disculpas que no olvidarán jamás. Los invitó a cenar
con él. Aceptaron emocionados y, ahí sí, pensaron que no podía pasarles nada
mejor. Pero en medio de la cena, el rubio de rulos se puso de pie y saldó la
deuda pendiente con un canto a capela que rompió más que el protocolo. Walter
dice que el recuerdo de ese día le eriza la piel y su brazo le obedece. Desde
ese momento, Bisbal es David a secas.
También puede hablar con autoridad sobre la simpatía de
Mariano Mores, que estaba en el mismo restorán que él y su hija, cuando ella
festejaba sus 15 años. Mores le escribió una carta y pidió un piano para
regalarle unos temas. Mientras todos lloraban de emoción, Walter filmaba
algunos de los videos que más disfruta.
Entre las mejores historias está la que vivió con Juan Luis
Guerra. Walter se aprontó y fue hasta el Radisson Victoria Plaza, una vez más, en
busca de su foto. Cuando entró, fue detectado por el operativo de seguridad que
se montó para la custodia del joven cantante estadounidense Nick Jonas, quien
se hospedaba en el mismo hotel por esos días. Los grandotes lo observaron hasta
dejarle claro que lo tenían en la mira. Sin embargo, no fueron sobre él porque
su aspecto no era el de un fanático loco. Su altura y delgadez, sus canas
entreveradas con pelo rubio y su traje, lo mimetizan con la pinta de un
empresario. Por todo eso, los guardias piensan dos veces antes de pedirle que
se vaya.
Walter se movía como pez en el agua hasta que apareció el
encargado de seguridad del Radisson. Ese era su momento. Esa es la instancia en
la que se diferencia de los demás admiradores. Era hora de poner en práctica
todo el conocimiento que tenía para eludir estas situaciones complicadas. Y
sabía con qué. Cuando el jefe se le acercó, antes de que le estirara la mano
para saludarlo, Walter le dio un gran abrazo. Hablaron varios minutos y el
fanático aclaró que su idolatría por Juan Luis Guerra era parte de su amor por
República Dominicana. ¡Oh, casualidad! La esposa del jefe de seguridad de ese
hotel es nacida en ese país.
Casualidad para todos menos para él, que llevaba ese as en
la manga. El mandamás de seguridad le contó en secreto que Guerra concedería
cinco minutos a una entrevista personal con su mujer y lo invitó más en secreto
a sumarse a la charla. Walter aceptó y se sintió satisfecho. Nunca imaginó que
mientras esperaba al artista escucharía que el auto contratado para trasladar
al cantante hasta el Velódromo nunca llegaría. Y de nuevo hizo su gracia.
“Señores, con todo respeto, perdonen que me meta en su
conversación pero no puedo dejar de escuchar lo que está pasando y quiero
avisarles que yo pongo mi auto a disposición”, dijo Walter y luego de unas
consultas sobre el modelo y el lugar de estacionamiento de su coche, salvó la
cabeza de varios trabajadores. Charló con Guerra, lo subió a su auto y al
salir, el jefe de seguridad se sorprendió al ver a Walter manejando pero todo
parecía andar bien, así que saludó y los dejó partir.
Como forma de agradecimiento, los hombres de Guerra le
dijeron a Walter que trajera a su esposa a la prueba de sonido. Ella no podía
creer lo que logró. Lo escucharon, se sacaron fotos y al final, también
agradecidos, le regalaron al cantante la bufanda que Walter llevaba puesta. Era
cuestión de darle algo.
Como muchas veces le sucede, faltaba algo más. Guerra dijo
que sufría mucho de la garganta. Walter y su mujer entendieron que se trataba
de un cumplido lógico, falso y protocolar pero al verlo salir al show con el
cuello cubierto con su regalo, se quedaron sin palabras.
****
Conoce a sus ídolos. Habla de Cerati como “mi amigo Gustavo”
y cuenta que al darle las “gracias totales” por ser parte de su vida, el
argentino lo aplaudió. Al líder del Grupo Aventura, Eliezer, lo llama -delante
mío- y directo a su celular. Y el cantante lo quiere tanto que lo atiende entre
sueños, después de una noche de shows en Villa Gesell, y le agradece la
comunicación. Le dice que lo extraña y le manda bendiciones en lugar de
rezongarlo por la hora de su llamada.
Walter cuenta cosas que solamente se pueden saber si se
dedican años al arte de perseguir famosos. Sabe que Cucho, líder de Los
Auténticos Decadentes, es mucho más formal y educado de lo que aparenta sobre
el escenario. Sabe que el dúo venezolano que forman Chino y Nacho frente al
público es muy distinto al que hacen fuera de foco, porque no se llevan bien y
viajan en vehículos separados incluso cuando se dirigen hasta los lugares de
sus recitales. Sabe que a dos de los integrantes del grupo mexicano Café Tacuba
les gusta remontar cometas para distraerse antes de los espectáculos y que otro
ama la bicicleta. Lo sabe porque los salió a buscar por todos los alrededores
del hotel NH Columbia. Sabe que la madre de Ricardo Fort usaba un colgante con
las dos máscaras representativas del teatro y que ahora no precisa la cadena
porque se incrustó los diamantes de esa joya en su piel. Vio con sus propios
ojos que Marie Fredriksson, cantante de Roxette, está muy debilitada y se
infiltra para los recitales, así como Per Gessle, pareja escénica de Marie,
salió a correr desde el Mercado del Puerto hasta la Playa Ramírez, donde se
metió al agua. Y sabe también que lo hace muy seguido porque se lo contaron los
fans de Roxette, que llegaron hasta Uruguay tras los pasos de la banda.
Walter también opina. Que los Guns N’ Roses nos dieron un
“cachetazo de humildad” porque se sacaron fotos con todos, que Bryan Adams es
un “tipo fabuloso, encantador”, que Nick Jonas “vio a un montón de nenas en la
puerta del hotel que lo alojó en Uruguay y se portó como un soberbio. Además, es
un famoso muy reciente, un nuevo rico”. Que Ricky Martin es “buenísimo,
encantador” y que “tiene mucho huevo”.
Para Joaquín Sabina tiene un capítulo aparte. Ya en el hotel
donde se hospedaba el español, el fanático se enteró que saldría por la calle
Florida, desde la última puerta metálica del Radisson. Habló con el chofer para
asesorarse sobre el recorrido y definir el lugar en el que le pediría la foto.
Luego de unos minutos de charla, resolvió pedirle a un taxista que ocupe unos
centímetros del espacio por el que saldría el auto para trancar la salida y
congelar su momento. Además, sabía que a Sabina le gusta que le digan “Don
Joaquín”. Salió el auto, paró por el taxi y Walter entró en acción.
“Don Joaquín, una foto”, dijo e intentó disparar la máquina
él mismo. “Tío, pero ¿qué haces?”, exclamó Sabina, que tuvo poco de Don y le
pegó un manotazo a la Pentax K1000 de Walter, que voló y se rompió. Ya no
importaba la foto sino la salud de la cámara y pegarle al famoso con el que
quiso y no pudo. Hoy, más tranquilo, Walter dice que se debe una charla con
Sabina, al que fue a buscar más veces pero no pudo encontrar.
De todos modos, nadie lo ofusca más que el cantante español
Raphael. Cuenta que él es verdaderamente inaccesible. Dice que tiene al lado
suyo todo a una señora que ronda los 70 años, que lo sigue a todos lados y que
“si te le acercás a Raphael, te arranca los ojos”. Maldice y se pregunta:
– ¿Quién puede
querer sacarse una foto con él?
– Ni sus hijos,
ni sus nietos se sacan fotos con él– se contesta.
– Sólo yo-
agrega. Y se ríe con sarcasmo.
****
Es un domingo de diciembre y Walter está tranquilo. Saluda a
sus compañeros de trabajo en el evento de fin de año. Más tarde habrá un show y
Walter lo sabe. Por eso está expectante. Con seguridad, sumará una foto a su
colección. Como si tuviera que calentarla, dispara fotos con mucha gente. Llega
el momento y los artistas que animarán la tarde son Los Fatales. Walter ya
tiene imágenes con “El Fata” pero no le importa porque la sensación que le
provoca no entiende de figuritas repetidas. Baila, transpira y se le inunda la
cara con una sonrisa. Mezcla fotos con videos y se hace notar. Es el encargado
del trencito y de todo lo que pueda pasar en esa pista.
Como casi siempre, los artistas le reconocen el fanatismo y
le permiten subir al escenario. Se saca fotos hasta con el sonidista del grupo.
“Si ves cómo me comporto en un recital vas a decir: ‘un tipo grande no puede
hacer esto’”, advirtió Walter una semanas atrás. Y aunque es lógico pensarlo,
él demuestra que sí puede. El show es su momento de éxtasis y su forma de
agradecer por eso es montar un show en paralelo. Verlo es todo un espectáculo.
“Después no los subas a Youtube”, le pidió “El Fata” y más tarde se lo recordó
un compañero cuando se cruzaron en el baño.
Walter nunca pensó en subir los videos porque lo que filma
se lo queda para él. Lo hace para satisfacer a los que lo visitan en busca de
las novedades. Lo hace para poder tirarse en su sillón y repasar la colección.
Mira Showmatch y tiene a casi todos. Lo mismo le pasa con los programas de
chimentos. Ve promociones de obras de teatro en la calle Corrientes de
Argentina y recuerda la humildad de algunos.
La de Humberto “Cacho” Castaña, que atraviesa la masa de
admiradoras rodeado de sus agentes de seguridad que lo levantan y lo llevan en
el aire. Eso pasaba el día que Walter le gritó “Cacho: soy de Uruguay”. Castaña
le pidió a sus hombres de negro que lo bajaran, se sacó la foto y siguió de
largo. “También tengo culo”, avisa Walter para el que no se dio cuenta.
Cuando Walter se va a sacar una foto repetida, lleva las
imágenes anteriores que tiene con ese famoso para recordarle quién es. Al
mirarlas, la mayoría se avergüenza del pasar de los años traducido en arrugas.
Roberto Giordano es de los que se lo reprocha año a año.
“Ricardo Fort es un fenómeno. Pueden decir de todo: es un
hombre de plástico, está lleno de tatuajes y es muy excéntrico pero la verdad
es que el loco sale del teatro y dedica mucho tiempo a satisfacer a los
fanáticos”. Lo dice Walter, que lo esperó afuera para una foto, le pidió videos
para sus hijas, se subió a su Rolls Royce y participó de una fiesta privada
organizada por Fort. Sin contactos ni arreglos. Se presentó en la salida del
teatro como un espectador más y terminó codo a codo con el personaje más
ostentoso de la farándula argentina. Todo por obra y gracia de su carisma más
un poco de su don para conquistarlos.
Walter no lo niega, se vale de algunos recursos que lo
ayudan a alcanzar sus objetivos. A la obra de Fort fue con remera marca Ed
Hardy, la preferida de este famoso. El frente es violeta y tiene un estampado
multicolor con un tigre cuyas manchas están compuestas por brillantes
incrustados en la tela. Hicieron migas enseguida y todo terminó como ya se
dijo.
Este truco es uno más entre los muchos que Walter prepara
para la batalla. Lee revistas y busca información en internet sobre los famosos
para conocer sus gustos y a sus agentes de seguridad. Se empapa de la realidad
que los rodea para hacer la diferencia. También sabe las rutas típicas que
hacen en Uruguay.
Conoce la red de hotelería cinco estrellas de Montevideo y
tiene fuentes entre el personal de cada uno de los establecimientos. Le avisan
de arribos secretos y le cuentan las rutinas de los que se alojan para que
Walter sepa cuándo llegar al lugar.
Sus hijas también le sirven de excusa y más cuando sabe que
un famoso no es muy simpático. Así le pasó con Fher, el vocalista de Maná.
Simuló cruzárselo de casualidad en el hotel y le preguntó si era él. Cuando
Fher dio el sí, Walter alegó que sus hijas son admiradoras del grupo, aunque él
ni siquiera los conoce. Le pidió una foto con poca desesperación y el artista
accedió porque sabía que no habría acoso posterior.
También sabe formas íntimas de llamar a los famosos para que
lo atiendan. A Armando Manzanero le gusta que lo llamen Maestro y Walter lo
hizo. Terminó desayunando con él. Chayanne se llama Elmer en su vida privada y
Walter quiso hacer la diferencia entre cientos de fans. Se escondió en su auto
en el tercer subsuelo de estacionamiento del shopping Punta Carretas y vio
salir por una puerta destartalada al puertorriqueño de un metro noventa. En ese
momento lo llamó por su nombre original y Chayanne se volvió hacia él con la
sonrisa de Elmer, con la que felicitó la deferencia.
Sin embargo, Walter confía poco en los medios y cree que hay
muchas fotos trucadas. Un día vio en persona a Fabiana Cantilo y se sorprendió
al ver que “no parece de 30 años como en las revistas. Está destrozada. Sólo
mantiene el lunar con el que sale en las fotos”. Al margen de la confusión,
aprovechó para hacer clic y sumar una más para la colección.
****
Su primera foto con un famoso es la que tiene con Fernando
Morena pero el encuentro ocurrió por casualidad. La causalidad empezó en 1986.
Air Supply ofreció un recital en el Teatro de Verano y cuando Walter los vio al
salir del lugar, no lo pensó mucho: se subió a un taxi al grito de “seguime a
esa limusina”. El taxi los siguió un buen rato y cayeron varias fichas mientras
acompañaban los paseos de los cantantes del momento. Al llegar al hotel
Lafayette, Walter se pidió un café que le costó cuatro dólares y le duró 30
segundos. Allí surgió la alianza con las infusiones que hasta hoy lo ayudan a
mimetizarse con el ambiente hotelero sin que lo inviten a retirarse.
Cuando entraron Russell Hitchcock y Graham Russell, líderes
del grupo australiano, Walter solicitó “one photo for me” en su precario inglés
y consiguió las imágenes con una facilidad que lo asombró. Además de alcanzar
un sueño, conoció Luis Ottino, coleccionista de fotos con famosos. Fue amor a
primera vista. Walter se enamoró de esa colección y decidió generar la suya,
desde ese instante.
Desde aquel momento juntó más de 550 fotos con distintas
personalidades entre las que se destacan Julio y Enrique Iglesias, Charly
García, Danny Glover, Ricky Martin, los Guns N’ Roses, Hugh Jackman, Julianne
Moore, The Village People, Gilberto Gil, Shakira, Hugo Chávez, Lula Da Silva,
Ricardo Arjona, Roberto Carlos, Creedence y Xuxa. Están mezcladas con Guillermo
Lockhart, Jorge “Coco” Echague, Daniel Lucas, el ciclista Federico Moreira,
Julia Moller, Julio Toyos, Macarena Gelman y Alberto “Bebe” Morosini.
Walter también podría ser conocido. Rozó la fama con ofertas
para contar sus anécdotas en radio y en televisión. Si fuera capaz de convocar
a las masas, no sabe si podría soportar “el asedio de los Walters”. La entrada
a un shopping es acoso suficiente para que sufra ataques de pánico. Pero sabe
que en lo posible, sería agradecido con sus fans. Le molestan los que no lo son
y coincide con Manzanero que, cuando desayunaron juntos, le dijo: “somos todos
humanos, sólo que algunos somos tocados por la varita y bancados por gente como
vos, que compra entradas y discos para que nosotros podamos vivir de esto”.
Walter imita la voz aguda y fina de Manzanero y, quizá así, se siente famoso.
“Club de fans ya tengo”, advierte y se refiere a sus
sobrinos, que le mandan mensajes diciéndole “ídolo” por las cosas que logra.
Sus conocidos le dicen “cholulo” pero al mismo tiempo le piden para ver sus
fotos, lo desafían con distintos famosos que llegan a Uruguay y le piden ayuda
para fotografiarse con alguno de su preferencia. Walter se conforma con
advertir que no molesta a nadie con lo que hace.
En su colección se puede notar la metamorfosis que Walter
sufrió con el transcurso de los años. En algún momento se pareció a Arnold
Schwarzenegger y, en otro muy distinto, al actor argentino Arnaldo André.
Si en algún momento alcanzó la fama, fue una estrella fugaz.
Hizo de paragolpes humano en un espectáculo con escenas de riesgo. Para él fue
una “locura demencial” y su foto escaneada la guardó con el nombre de “Las
locuras de Papu”. Que Walter se identifique como padre no es algo que suceda
sin querer, porque su colección es un tesoro que piensa dejarles a sus hijas.
Clara tiene 10 años y Valentina, 21. Ambas constituyen su
“ideal de felicidad, algo hermoso” y Walter les guarda una colección de fotos y
videos desde que empezó con todo esto. Además, hace algunos años incluyó entre
sus pedidos para los famosos, una dedicatoria para sus hijas, con nombre
propio.
Walter tiene ese deseo por muchos motivos. Su padre era
aviador y él no lo es porque su madre decía que ya alcanzaba con un piloto en
la familia: vivían con la duda acerca de su regreso y eso los mantenía tan
unidos como nerviosos. Walter heredó esa incertidumbre y su mayor frustración
es no poder sacarse fotos con aquellos famosos de los que no se sabe cuándo
volverán a Uruguay. Por eso quiere que sus hijas lo tengan siempre.
Su asignatura pendiente es superar el miedo a la muerte.
Quiere creer en la eternidad del alma y, con cada foto, prepara su presencia
para la posteridad. Por la importancia que le da a estar vivo para siempre,
cuida sus imágenes como un tesoro.
****
Para llega al lugar donde está su colección hay que subir
una escalera, un par de escalones de otra hasta que haya lugar para abrir una
puerta en el costado y bajar por otra. Así se llega al bunker de Walter, donde
tres collages de fotos inundan la pared que cubre la espalda de un sillón
acolchonado. Desde ahí se ve la tele con los videos recolectados y las fotos que
son almacenadas en dvds. En total, ya van 108 discos. Walter los guarda en
cajones de verdura cuidadosamente pintados y lijados, que le dan un toque
rústico a la cueva donde Walter disfruta como en ninguna parte. Es un sapo de
ese pozo. No importa en qué dirección se mire, siempre habrá una foto en la que
está Walter. Parece su santuario. Quizá sea eso lo que él prepara.
Solo le importa la opinión de los más grandes y la familia
Iglesias lo hace sentir respaldado en lo que hace. El mayor de los dos, Julio,
vio su álbum y le dijo: “Hay que ver quién es el famoso acá, porque yo lo que
veo es que los artistas te abrazan a vos. Ellos se sacan fotos contigo”. Y las
imágenes prueban que es cierto; muchos le pasan el brazo por los hombros a
Walter. El hijo de Julio, Enrique, tras ser descubierto por Walter en un
aeropuerto de España, lo recordó de una fiesta en Uruguay y lo hizo sentir
conocido entre los más conocidos.
– ¿Quién es tu
héroe?- le pregunto a Walter.
– ¿Queda muy
arrogante decir yo?- contesta preguntándome.
No lo dice. Pero tampoco lo niega.
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